El Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid) abría en primicia este lunes la esperada exposición de Lautrec y Picasso, en el que ambos artistas compartirán espacio hasta el 21 de enero. Una gran manera de celebrar por todo lo alto el 25 aniversario del museo.
En 1901, un jovencísimo Picasso de 19 años aterrizaba en París cuando a un Lautrec de 36 solo le faltaba un año para fallecer, por lo que no tuvieron oportunidad de conocerse en vida.
La fascinación por lo decadente, los bajos fondos y un atrevido lenguaje fueron las señas de identidad de Lautrec. El francés se distanció del impresionismo y el naturalismo, dirigiendo todo su ser hacia los tugurios y los cabarets, y tomando a las prostitutas como modelos. Todo ello fascinó al malagueño, lo cual hizo evidente en su obra.
El museo celebra sus años de plata con esta exposición de las dos cabezas de la pintura moderna en un diálogo “tan obvio como insólito”, según destacó Paloma Alarcó, jefa de Conservación de Pintura Moderna de la pinacoteca. Una sucesión de salas en las que se muestra como Picasso bebió de Lautrec. Algo “intrigante y original”, según describía Guillermo Solana, director del Thyssen.
La exhibición consta de 112 obras procedentes de diferentes países, divididas en cinco temáticas: bohemios, bajos fondos, vagabundos, ellas y Eros. La suma da como resultado a la gran cantidad de coincidencias que existían entre ambos. La muestra persigue la huella de uno en las obras de otro, aclaraba Francisco Calvo Serraller, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid.
Al visitante le espera un mundo de imaginación en el que imperan los ambientes marginales y bohemios, ricos en aspectos de la cultura popular y espectáculos nocturnos. La curiosidad insaciable y excesos de la noche parisina toman la batuta en todo momento, mientras los saltimbanquis y acróbatas caminan por la cuerda floja.