Guillermo Martínez -
Historia de la juventud de Emil Sinclair fue el título con el que se publicó la obra; a modo de crónica o memoria de un autor que murió tras haber dejado un legado lleno de historias atormentadas. Hermann Hesse, el caminante sin camino, el que preguntó sin estar preparado para la respuesta, el viajero imparable y escritor insaciable.
Título: Demian: Historia de la juventud de Emil Sinclair
Autor: Hermann Hesse (Wurtemberg, Imperio alemán, 1877 – 1962, Cantón del Tesino, Suiza)
Año de publicación: 1919
Editorial: Alianza Editorial
Páginas: 187
Año de la edición: 2013
ISBN: 978-84-206-7436-0
Adquirido el día: 19.2.15
Comprado en: Amazon
Descriptores: Conformidad / Duda / Rebeldía / Soledad / Dependencia / Sueños / Destino / Riesgo / Búsqueda
Hesse, como no podría ser de otra forma, deja la impronta de una búsqueda espiritual que solo se verá recompensada con el paso del tiempo y la adquisición de una experiencia única, individual y extremadamente personal.
Cuesta diferenciar el personaje principal de la novela, pues tanto Emil Sinclair como Max Demian muestran unos rasgos adecuadamente definidos durante el transcurso de la trama. La obra nos introduce en el mundo de Sinclair, desde su niñez hasta el último de sus días, como un narrador omnisciente que está presente en cada uno de los movimientos que hace este personaje.
Por una parte, se le proyecta el lado bueno de las personas, caricaturizado en aquello que encontramos al nacer: la monotonía que supone estar bajo el control de una madre y de un padre, la seguridad que da el no arriesgar y conformarse con lo que te ofrecen sin pararte a pensar un porqué. En otro sentido, la parte oscura de la sociedad también se refleja en lo más inhóspito de Sinclair, representada como todo lo que era exterior a él: desde la gente que lo rodeaba hasta la propia naturaleza. El primer dilema de una persona: el riesgo que tienes que aceptar cuando estás dispuesto a defender unos pensamientos y decisiones propias.
Max Demian actúa como la conciencia que necesita Sinclair, aunque este no lo sepa. Así pues, en una de las primeras conversaciones que mantienen ambos ya se ve la mirada crítica, y políticamente incorrecta, que intenta inculcar Demian en su juven aprendiz. Esto significa postularse del lado de Caín en vez de defender a Abel. Es necesario remarcar, a su vez, que el argumento que Demian utiliza para erigirse en tal desafío no es otro que el de la “supremacía”, dejando al descubierto que sus dictados no siempre tenían una base sólida de reflexión.
De esta forma, Sinclair huye de lo que le ata, hasta del propio Demian, y estando lejos de sus padres y todo aquello que le otorgaba esa confortabilidad tan mortífera, encuentra una salida para sus penas: el alcohol. Son noches de desenfreno, en las que al cerrar los ojos, el joven Sinclair empieza a soñar. Y soñar no significa tener sueños, sino llegar a vivir creyéndotelos. Aparece Beatrice en su vida. Beatrice, aquella mujer de la que se enamora de forma obsesionada y, también, con la que jamás llegará a hablar.
Las inquietudes que nos muestra el autor se proyectan, de forma indudable, en el arte como refugio. Y es así como tanto el inconsciente como el subconsciente de Sinclair se ponen de acuerdo para pintar a una mujer de rasgos desconocidos, pero increíblemente enigmáticos.
Es necesario destacar el interés que Hesse tiene hacia el psicoanálisis, en pleno auge en esa época, y que él mismo experimentaría por motivos familiares. Este es el nexo de unión que utiliza el autor para mostrar a Sinclair su futuro, esos sueños que maravillan una mente atormentada. “El que quiere nacer tiene que romper un mundo”, le dice Demian a su amigo en uno de ellos. Sinclair es ese pájaro que Demian le obliga a comerse, Sinclair es ese pájaro que empieza a destrozar sus tripas, Sinclair es ese pájaro que renace del cuerpo que una vez le engulló. Todo eso es cierto, aunque también es verdad que “los sueños, sueños son”.
Reaparece la pintura como expresión de lo inabarcable, del sinsentido que es enfrentarse a un lienzo en blanco y tener la cabeza llena de colores, formas y movimientos. Reaparece lo que Sinclair busca sin darse cuenta, al encontrar a aquella mujer enigmática de aquel cuadro sin mayor musa que las aspiraciones de un chaval perdido.
Y es al encontrarla a ella, únicamente, cuando se siente lleno, cuando ha pasado esa frenética y desgastada juventud que jamás volverá a tener. Ahí es cuando reconoce sus actos, sus pensamientos, sus opiniones, sus juicios. Ahí, en ese momento, en ese instante, es capaz de reafirmarse sin tener que pasar las yemas de sus dedos por el relieve de su rostro.
El final de la historia, o de la Historia. Aquel que termina de la misma forma que una vida intensa. Adivínelo, querido lector o lectora. Y busque en su cuerpo si, como estos dos intrépidos, fantasiosos y rebeldes personajes, está viviendo con la señal de Caín sin saberlo y son los sueños los que guían sus pasos, aunque se niegue a reconocerlo.
CITAS
Los poetas, cuando escriben novelas, acostumbran a actuar como si fueran DIos, y pudieran dominar totalmente cualquier historia humana. (Pág. 11)
Descubrí el gusto de la muerte; y la muerte sabe amarga porque es nacimiento, porque es miedo e incertidumbre ante una aterradora renovación. (29)
Se me derretirá el hielo que tengo en la garganta, la abrazaré y se lo diré todo. (29)
(...) y siempre prefiere lo que resulta cómodo y da razón. (39-40)
Una piedra había caído en el pozo: el pozo era mi alma joven. (42)
¡Nuevos tormentos, nueva esclavitud! (47)
No, nunca hay que tener miedo de los hombres. (48)
Acabar con mi problema y encontrar mi camino era sólo cosa mía; y yo no actué bien, como la mayoría de los bien educados. (59)
Observa bien a un hombre y sabrás más de él que él mismo. (67)
Veo que piensas más de lo que puedes expresar. (74)
Sólo el pensamiento vivido tiene valor. (74)
Las palabras ingeniosas carecen totalmente de valor. Sólo le alejan a uno de sí mismo. (77)
Vivía en una orgía autodestructiva constante. (88)
No hay que temer nada ni creer ilícito nada de lo que nos pide el alma. (129)
La misión verdadera de cada uno era llegar a sí mismo. (145)
A la patria nunca se llega (...). (159)
Siempre es difícil nacer. (161)
Mira, todos los hombres son capaces de hacer lo increíble cuando están amenazados sus ideales. (166)
El amor no debe pedir —dijo—, ni tampoco exigir. (169)
La mayoría ama para perderse. (170)
No hay nada nuevo sin la muerte. (175)