Guillermo Martínez -
Título: El señor de las moscas
Autor: William Golding (Cornualles, Reino Unido, 1911 - 1993, Cornualles)
Título original: Lord of the Flies
Año de publicación: 1954
Idioma original: Inglés
Editorial: Alianza Editorial
Páginas: 239
Año de la edición: 1984
Idioma de la edición: Castellano
Traducción: Carmen Vergara
ISBN: 84-206-1381-9
Adquirido el día: 8.6.1984
Comprado en: Librería La Felipa (Madrid)
Descriptores: Consenso / Miedo / Temor / Lucha / Argumentos / Imposición / Debate / Asamblea / Humanidad / Civilización
Una isla desierta, niños preadolescentes con una idiosincrasia aún imperfectamente marcada, el dilema de cómo y quién a la hora de hacer las cosas, y la forma de decidir qué es más necesario e importante. Debates intrínsecos a la Humanidad que no se ponen en común, acciones que llevan al error por el mero hecho de no haber escuchado todas las voces. Esto es El señor de las moscas, esto es todo lo que nos quiere decir William Golding.
¿Se necesita un "gobierno"? ¿Cómo debe ser su estructura? ¿Unas voces valen más que otras? ¿Acaso diferimos en lo que es esencial para llevar una vida plena en la que te puedas sentir realizado? Las necesidades que tienes, ¿las tienes como individuo o son impuestas?
Todas estas preguntas encuentran su respuesta, muchas veces escondida, entre las asambleas que un grupo de jóvenes organizan para poner en común aquello que se debe llevar a cabo tras encontrarse en una isla desierta. Cada personaje con su rol, cada chaval con sus intereses, cada expresión con su significado.
De la nada aparece la idea más horizontal e igualitaria a la hora de la gobernabilidad, una reunión en la que nadie es más que nadie, al menos al principio, y donde los turnos de palabra vienen precedidos por tener una caracola, plasmada con el paso de la historia como algo simbólico, entre tus manos. La misma caracola que llama a la reunión, erigida como símbolo de respeto por el mero hecho de, tras el paso del tiempo, convertirse en costumbre.
La variedad de perfiles muestra una sociedad en la que los niños tienen mucho de adultos, en la cuál su reflejo es lo que han visto y la cultura en la que se han criado. La proyección de la civilización liderada por el raciocinio se enfrenta, de forma incontrolable, a la barbarie más autoritaria. Así pues, emergen dos voces que liderarán sendos discursos.
Por un lado, Ralph, máximo exponente del orden y el consenso, entendiendo este último como una lucha entre iguales en la que se aportan diferentes argumentos para acabar concluyendo en una idea que cobre cada vez más fuerza, y que a su vez aglutine a la mayor cantidad de individuos. En el otro lado de la cara, Jack, expresando con sus acciones el máximo deseo de poder sin reflexionar qué medios utiliza para conseguirlo.
Fotograma de la película inspirada en El señor de las moscas, estrenada en 1963 y dirigida por Peter Brook
Aquellos que complementan a los líderes y que tanta seguridad les aportan, son Piggy y Roger, ejercitando la cordura que debería imperar en la sociedad el primero, y teniendo un comportamiento que únicamente denota crueldad y sadismo en el segundo. Además, cabe destacar la corta pero importante actuación de Simón, personalizando esa bondad natural del hombre que esta realidad egoísta nos arranca al principio de nuestra vida.
Es este personaje el que, según algunos estudiosos de la obra de Golding, se puede equiparar a aquello que llevó a cabo Jesucristo, ya que tanto uno como otro son asesinados tras conocer la "verdad" que tanto se ansía pero que, a la vez, tanto nos puede llegar a atemorizar.
Es el miedo otro de los grandes temas a tratar en la obra. Con una gran caracterización de cada personaje, una trabajada descripción del entorno en el que se ven obligados a convivir y un ritmo adecuado en la trama, el temor es lo que hace que aquella unión natural del principio se empiece a resquebrajar. ¿Qué hacer frente a la bestia que no se puede cazar ni matar? ¿Qué hacer frente a esa bestia que crece, se alimenta y no muere hasta que nosotros defallecemos por el simple hecho de que únicamente nosotros somos quienes le damos vida?
La disociación del grupo, la banda, la tribu, tiene su origen en este terror infundado. Terror que es utilizado por unos pocos para imponerse al resto, con las únicas armas de la superioridad física, el castigo, la superstición y la organización marcial tan interiorizada que configura su ser. De esta forma, las armas acompañan a los cánticos reinaugurados como himnos que solo engloban a una parte de la sociedad. Al igual que, parapetados tras unas pinturas que cubren sus rostros, los individuos que conforman solamente una parte de esa pequeña y obligada sociedad se creen con la potestad de ejercer un dominio sobre los demás, por el único hecho de ser más privilegiados.
Fotograma de la película inspirada en El señor de las moscas, estrenada en 1990 y dirigida por Harry Hook
¿Dónde quedan, entonces, la solidaridad intrínseca en el ser humano? ¿El apoyo al prójimo? ¿Dónde está la sociedad libre, igualitaria y en la que la riqueza se comparte recíprocamente entre unos y otros? ¿Qué hacemos, en nuestros día a día, para conseguir la sociedad que queremos?
En esta novela se imponen la fuerza frente al consenso, la violencia injustificada ante aquellos que su única arma es su propio pensamiento, prevalece también la conformidad frente al valor que significa conocer la verdad, y lo peor de todo es que se puede ver, de forma indudable, cómo unos niños pierden la inocencia infantil por el único hecho de ser personas y verse avocados a vivir en una sociedad que únicamente consiste en imitar unos cánones ya preestablecidos.
CITAS
Ralph le miró sin verle. Allí, al fin, se encontraba aquel lugar que uno crea en su imaginación, aunque sin forma del todo concreta, saltando al mundo de la realidad. (Pág. 18)
Votar era para ellos un juguete casi tan divertido como la caracola. (26)
Dudó entre la disculpa y un nuevo insulto. (29)
El conocimiento de ello y el temor le hicieron brutal. (53)
Murmuró algo acerca de un baño y se alejó a rápidos saltos. (72)
El brazo de Roger estaba condicionado por una civilización que no sabía nada de él y estaba en ruinas. (74)
Allí estaba el mundo deslumbrante de la caza, la táctica, la destreza y la alegría salvaje; y allí estaba también el mundo de las añoranzas y el sentido común desconcertado. (84)
Se perdió en un laberinto de pensamientos que resultaban oscuros por no acertar a expresarlos con palabras. Molesto, lo intentó de nuevo. (91-92)
Si los rostros cambiaban de aspecto, según les diese la luz desde arriba o desde abajo, ¿qué era en realidad un rostro? ¿Qué eran las cosas? (93)
Tenía ante sí el oleaje del mar, tal como lo ve el hombre de tierra, como la respiración de un ser fabuloso. (125)
Ante el silencio de su voz física, la voz íntima de la razón y otras voces se hicieron escuchar. (144)
La sombra de las antiguas asambleas, pisoteada sobre la hierba, le escuchaba. (202)
Sabían demasiado bien que la pintura encubridora daba rienda suelta a los actos más salvajes. (203)